La energía solar ya se emplea en la agricultura en los países pobres, pero necesita un mayor impulso para integrarla en los sistemas de irrigación, destacaron hoy en Roma expertos participantes en un foro internacional.
La directora general adjunta de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Maria Helena Semedo señaló en la apertura que hace 50 años ya se usaban paneles solares para bombear agua, pero a un coste muy alto que se ha ido reduciendo desde entonces gracias a la investigación.
Esta tecnología proporciona “independencia energética en las áreas remotas donde no está garantizado el suministro de combustible” y mejora el acceso al agua en las áreas áridas, apuntó Semedo, que citó experiencias como las que emplean energía solar en sistemas de refrigeración de alimentos y en plantas desalinizadoras.
Sin embargo, se preguntó por la viabilidad de esos proyectos y el impacto que pueden tener en la disponibilidad de agua de los acuíferos.
Las políticas de gestión y el desperdicio de los recursos hídricos, la financiación para acceder a ese tipo de energía renovable, la mitigación del impacto del cambio climático a partir de su uso o la reducción de la desigualdad social son otras de las cuestiones que giran en torno al desarrollo de la tecnología solar en el campo.
El asesor italiano Roberto Ridolfi consideró que “la energía puede ser un transformador de la viabilidad económica de los negocios agrícolas”, que justifican la inversión sin tener que esperar, por ejemplo, décadas a que llegue el tendido eléctrico a todos los hogares de África.
También revisar las tarifas y los incentivos gubernamentales para que los productores recuperen el coste de la inversión y se asegure su sostenibilidad.
Maria Weitz, responsable energética de la agencia alemana para la cooperación, dijo que las cadenas alimentarias representan el 30 % del consumo de energía a nivel mundial y el 29 % de los gases de efecto invernadero, por lo que se necesita más eficiencia en el sector.
“Hay que promover las innovaciones, la financiación, la extensión y el mantenimiento” de los proyectos con energía solar, sostuvo.
Para ello se deben tener en cuenta factores como el tamaño de los sistemas, la capacidad de almacenamiento de agua, la profundidad del pozo y el tipo de suelo.
Según la FAO, los sistemas de riego que utilizan esa energía tienen el potencial de disminuir las emisiones por unidad de energía utilizada para el bombeo de agua en más del 95 % si se compara con los que obtienen electricidad a partir de combustibles fósiles o diésel.
Además, una mayor reducción en el precio de los paneles fotovoltaicos puede contribuir a impulsar la energía solar para mejorar la capacidad de riego en lugares como el África subsahariana, donde solo se riega el 3 % de la superficie cultivada, siete veces menos que la media mundial.
Los expertos reclamaron más soluciones asequibles y viables con el fin de aumentar la productividad y los ingresos de los pequeños agricultores de los países pobres, teniendo en cuenta que para 2030 se necesitará un 30 % más de agua y un 40 % más de energía.
La directora general adjunta de la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Maria Helena Semedo señaló en la apertura que hace 50 años ya se usaban paneles solares para bombear agua, pero a un coste muy alto que se ha ido reduciendo desde entonces gracias a la investigación.
Esta tecnología proporciona “independencia energética en las áreas remotas donde no está garantizado el suministro de combustible” y mejora el acceso al agua en las áreas áridas, apuntó Semedo, que citó experiencias como las que emplean energía solar en sistemas de refrigeración de alimentos y en plantas desalinizadoras.
Sin embargo, se preguntó por la viabilidad de esos proyectos y el impacto que pueden tener en la disponibilidad de agua de los acuíferos.
Las políticas de gestión y el desperdicio de los recursos hídricos, la financiación para acceder a ese tipo de energía renovable, la mitigación del impacto del cambio climático a partir de su uso o la reducción de la desigualdad social son otras de las cuestiones que giran en torno al desarrollo de la tecnología solar en el campo.
El asesor italiano Roberto Ridolfi consideró que “la energía puede ser un transformador de la viabilidad económica de los negocios agrícolas”, que justifican la inversión sin tener que esperar, por ejemplo, décadas a que llegue el tendido eléctrico a todos los hogares de África.
También revisar las tarifas y los incentivos gubernamentales para que los productores recuperen el coste de la inversión y se asegure su sostenibilidad.
Maria Weitz, responsable energética de la agencia alemana para la cooperación, dijo que las cadenas alimentarias representan el 30 % del consumo de energía a nivel mundial y el 29 % de los gases de efecto invernadero, por lo que se necesita más eficiencia en el sector.
“Hay que promover las innovaciones, la financiación, la extensión y el mantenimiento” de los proyectos con energía solar, sostuvo.
Para ello se deben tener en cuenta factores como el tamaño de los sistemas, la capacidad de almacenamiento de agua, la profundidad del pozo y el tipo de suelo.
Según la FAO, los sistemas de riego que utilizan esa energía tienen el potencial de disminuir las emisiones por unidad de energía utilizada para el bombeo de agua en más del 95 % si se compara con los que obtienen electricidad a partir de combustibles fósiles o diésel.
Además, una mayor reducción en el precio de los paneles fotovoltaicos puede contribuir a impulsar la energía solar para mejorar la capacidad de riego en lugares como el África subsahariana, donde solo se riega el 3 % de la superficie cultivada, siete veces menos que la media mundial.
Los expertos reclamaron más soluciones asequibles y viables con el fin de aumentar la productividad y los ingresos de los pequeños agricultores de los países pobres, teniendo en cuenta que para 2030 se necesitará un 30 % más de agua y un 40 % más de energía.
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