Como lo ve el pueblo haitiano la ayuda internacional se escucha, pero no se ve, ni se come, ni se bebe. "En la radio se dicen muchas cosas pero no vemos nada. Hay muchos camiones y mucha gente, pero no tenemos agua ni comida", dice uno de los cientos de damnificados que duermen en la Place Petion, frente al Palacio Nacional haitiano.
Hasta ahora la llegada de la ayuda es lenta y miembros de los cascos azules de la Minustah que han estado en otras misiones similares presienten lo peor. "Esto se repite en todos los sitios, el quinto día es un infierno".
Caminar de noche en la capital haitiana o cualquier otro pueblo cercano es ponerse en riesgo. Ya hay turbas de personas en las calles causando incidentes, estorbando las vías, y tratando de quitar dinero a los transeúntes, que a esas horas son misiones de ayuda o periodistas, aunque todavía no se reportan sucesos mayores.
"Los haitianos ricos dueños de supermercados se fueron del país o están trancados en sus casas. No hay comida, ni se puede comprar comida en ningún sitio", dicen los damnificados frente al palacio."Nos han dejado para que se jodan los más chiquitos".
En las plazas alrededor del palacio nacional los sobrevivientes están defecando justo donde duermen. No hay agua, toman la que viene de la tubería. La comida todavía aparece y aunque hacen falta medicamentos lo más importante es el agua. "No nos morimos hoy (de sed), para morirnos mañana de alguna enfermedad", relatan con pesar.
El ritmo de desesperación es ascendente. Las calles que los dos primeros días tras el terremoto eran un embotellamiento constante, ayer tenían menos vehículos pero la misma cantidad de personas deambulando sin rumbo en busca de comida o un pasaje de ida al campo.
"El que no tiene dónde ir en el campo se queda aquí esperando la ayuda, o quizá la muerte", sentencian en mal tono. Ayer muchos haitianos dijeron que las rutas de autobuses públicas habían casi duplicado el precio del pasaje interurbano y aunque varios autobuses estaban dando el servicio gratis la demanda era demasiado alta.
En los mercados de la ciudad, con olor tan nauseabundo como el de las edificaciones con muertos dentro, se vendían ayer naranjas en el piso.
La comida que más se consume es la que pueden conseguir en los campos, pero esa se acaba también o ya no hay dinero para comprarla. "A 50 gourdes el plato", dice la vendedora que no ha bajado el costo ni tampoco lo ha subido después de la crisis, "no nos estamos beneficiando de la gente, vendemos al mismo precio".
Los haitianos continúan durmiendo en las calles por temor a los terremotos y ése no es el mayor problema. La sanidad tanto física como mental comienza a perderse.
"A cada rato dicen que viene un maremoto. Y eso es lo que nos falta para que acaben con nosotros", dice una de los sin casa de Haití, que son millones.
Caminar de noche en la capital haitiana es ponerse en riesgo, porque ya hay turbas causando incidentes.
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