En medio de saqueos, haitianos olvidan cadáveres

PUERTO PRINCIPE.- Acriminencado de Hierro, uno de los barrios más pobres y animados de Puerto Príncipe, los habitantes buscan frenéticamente en los edificios destruidos bienes para su supervivencia, ignorando la pila de cadáveres.

"¡Policía! ¡Policía! ¡Policía!", gritan jóvenes enviados como centinelas a una farmacia en ruinas, mientras que decenas de adolescentes agarran todo lo que puedan encontrar.

Los saqueadores salen de las ruinas con los brazos cargados de pastas de jabón, botellas de champú o productos de belleza.

Dos policías armados llegan al sitio. Uno de ellos agarra a uno de los saqueadores con una caja con jabones y la lanza violentamente al suelo:"¿Es por esto por lo que estás dispuesto a arriesgar tu vida?", le grita.

Ante la lentitud con la que llega la ayuda, tres días después del devastador sismo que asoló a Haití, los habitantes, abandonados a su suerte, buscan desesperadamente entre las ruinas de las tiendas que animaban antes a este barrio comercial, hoy destruido.

En otro punto, un buldózer remueve las ruinas de un edificio todavía lleno de cadáveres. Tan pronto acaba, las personas, ignorando los cuerpos, se precipitan a lo que fue una sección de sodas y cigarrillos.

Luego limpian el polvo de sus preciosos hallazgos, sin siquiera lanzar una mirada a cuatro cuerpos cubiertos de moscas.

Los productos alimenticios son los más buscados, pero otros se llevan ventiladores eléctricos o equipos de audio.

Hernsony Orjeat, de 36 años, que perdió a su mujer en el terremoto, es uno de los 10 policías que intentan dar seguridad en el centro de la capital.

Asegura que sólo le interesa proteger la vida de la gente que busca entre las ruinas, porque los edificios son extremadamente inestables y podrían caerse bajo el efecto de una nueva réplica del sismo.

Pero el riesgo no disuade a los habitantes. La mayoría son hombres, pero también se ven mujeres que escalan por montones de ruinas para recuperar lo que pueden.

Los policías, con chaquetas fluorescentes, disparan a veces al aire para alejar a los saqueadores de los edificios más afectados. En una esquina, cuatro de ellos, con armas, chaquetas y casos antibales, abordan a un grupo de saqueadores.

"¡De rodillas, las manos en la cabeza!", les gritan a los jóvenes que llevan en su botín aparatos estéreo y sombrillas. "Es terrible. No detenemos a la gente con alimento, porque tratan solamente de sobrevivir, sino que capturamos a los ladrones", dice uno de los policías, que esperaban vanamente que militares estadounidenses les dieran una mano.

Algunos saqueadores son conducidos al puesto de detención, pero la mayoría de las veces sólo son forzados a lanzar su botín e irse.

A medida que el sol y la temperatura se elevan, los espíritus se calientan y la lucha por la supervivencia se vuelve más agria. Un hombre que acaba de encontrar un caja de cereales es inmediatamente rodeado por una decena de personas, que intentan arrebatarle su tesoro.

Otro tiene una caja con alimentos y alguien no vacila en tomarlo por el cuello para arrancársela.

Frente al deterioro de la situación, algunos habitantes se fabricaron hachas clavando pedazos de maderas.

Hernsony Orjeat se aflige al ver la situación empeorar hasta este punto. "Deberíamos echarnos todos una mano para salir de esta tragedia terrible", lamenta. "No hay solidaridad en este país".